Así se empeñan en llamar a Giniel de Villiers desde algunos medios. Parece que el hecho de no estar en uno de los grandes equipos oficiales, a los que todo el mundo sigue con lupa en estos días, resta opciones de triunfo. Pero la realidad es que el sudafricano -además de tener una victoria en esta prueba en 2009, hay que recordarlo- es un fijo en todas las ediciones del Rallye Dakar, demostrando ser uno de los participantes más regulares en esta cita; una de las cualidades de las que muy pocos pueden hacer gala.
El caso es que mientras la atención se centraba en el pique de Nani Roma con Al-Attiyah (ver crónica), en el globo que se agarró ayer el catarí frisando los 4.000 metros de altura o en las diatribas del rapidísimo Al-Rajhi (también con Toyota) entre seguir pisando a fondo o parar a echar una meada, De Villiers se mantiene en esa especie de segundo plano mediático, acechando y recortando tiempo al líder y completando una primera semana de carrera muy sólida.
Está claro que en el Dakar los imprevistos son muchos, y que lo que hoy aparece de una forma mañana puede cambiar por completo, por muchos medios de que se dispongan. Y si no, ahí tenéis el ejemplo de los camiones y el liderato frustrado de Nikolaev y su Kamaz. Pero teniendo en cuenta esta premisa, hay que reconocer que Giniel De Villiers está realizando un gran papel, presionando a los a priori imbatibles Mini y jugando con circunstancias como la de ayer (mucha navegación, donde se ha perdido Nasser, y altura) para complicar aún más las cosas a sus rivales.
No iba para nada desencaminada la gente del equipo sudafricano Imperial Toyota cuando anunciaban grandes progresos en sus Hilux para esta edición del raid sudamericano. El trabajo llevado a cabo en el rediseño del chasis y suspensiones, así como en la reducción y reparto de pesos, han hecho de estos coches algo más que un grupo de outsiders epatados en un inicio por el poderío del plantel X-Raid o los monstruos de Peugeot… ¿podrán mantener esta línea hasta el final?