Dudo que hubiera sido capaz de trabajar como fotógrafo de guerra al igual que mi admirado Robert Capa o el siempre olvidado Agustí Centelles. Ni siquiera hubiera soportado ser corresponsal de guerra ‘refugiado’ tras una Lettera 32 tecleando mientras las bombas explotaban ni por tanto llegar a la altura del zapato de cualquiera de los personajes retratados por Arturo Pérez Reverte en su libro ‘Territorio Comanche’.
Sin embargo, ser fotógrafo, espectador y, ya no digamos piloto, en el Campeonato del Mundo de Rallyes nunca ha estado exento de peligro como ha quedado bien demostrado en lo que llevamos de temporada, donde una semana tras otra se han sucedido las desgracias como si alguien hubiera echado mal de ojo a esta especialidad.
Durante más de tres décadas, y cerca de trescientos cincuenta rallyes del WRC, calculo que habré pisado alrededor de tres mil tramos, que multiplicados por una media de espera de unos treinta participantes puede equivaler a, digamos, a cerca de cien mil intentos de jugar a una especie de ‘ruleta rusa’ muy particular, sin que hasta ahora afortunadamente, el percutor haya encontrado culote de bala que golpear… . Y toco madera, hierro y hasta mi paquete escrotal porque todo siga igual que hasta la fecha.
Lo más cerca que he estado de ser cogido por el ‘toro’ fue en el Tour de Corse de 1994 cuando Massimo Biasion sufrió un trompo en la primera paella en bajada del tramo de Col di Gradello y su Ford Escort Cosworth dirigió su morro al interior donde estaba yo con algunos fotógrafos y tuve que saltar por piernas, aunque no fue el caso de mi bolsa Billingham con el equipo fotográfico que a punto estuvo el italiano de llevarse por montera. Normalmente, al llegar a un lugar y ver que la mejor toma implica cierto riesgo, uno evalúa posibilidades de escapatoria e incluso a qué piloto encomendar su vida. Y es que no es lo mismo jugarse el pellejo con un Loeb, Sainz, Rohrl o Biasion que con un McRae, Toivonen, o un vulgar Rautenbach o el Novikov de turno.
Ocasiones así recuerdo en el Rallye de Argentina de 1990 donde me coloqué entre dos petriles a la espera de Carlos Sainz y el Toyota Celica 4WD donde un paso atrás significaba caer como un saco al vacio o, también esperando al madrileño, en Nueva Zelanda 1998, donde por no hacer el esfuerzo de saltar la valla de alambre de espino tuve que ver como su Toyota Corolla WRC iba derrapando hacia mí mientras me ciscaba en todo por no haber tomado la elemental norma de precaución de ponerme al otro lado de la barrera, aunque afortunadamente todo se saldó con un anorak embarrado… Entre los percances de mayor gravedad entre mis colegas, solo acierto a recordar cuando en el Tour de Corse de 2000 Tommi Makinen se salió con su Mitsubishi Lancer atropellando a Christian Chiquello, el fotógrafo de la revista francesa ‘Echapemment’, rompiéndole una pierna.
En circuito, ese problema de seguridad tan solo se presenta ocasionalmente, mientras que en mi ambiente algún comisario piensa que una simple cinta de plástico roja es capaz de detener un objeto de una tonelada a cien kilómetros por hora por el simple hecho de ponerte detrás de ella. Nadie está libre de pecado y nuestro ‘ángel de la guarda’ particular también puede tener algún despiste, así que sigo evaluando los riesgos o no de colocarme en determinado lugar pese a las llamadas al orden de los comisarios de turno que no saben que un pase permanente FIA significa un descargo de responsabilidad ante los organizadores, lo que a veces me obliga a mostrar los retratos de mi ‘prole’ de 9 y 14 años jurando por mis antepasados que no pienso dejarles huérfanos…
En cualquier caso, si pese a ello algún día cayera en ‘acto de servicio’ no me disgustaría una despedida de mis compañeros de profesión como hace unos días pude ver en uno de los capítulos de la tercera temporada de ‘The Wire’ (La escucha) sobre las peripecias policiales en la ciudad de Baltimore en la que, tras el fallecimiento de uno de sus integrantes, sus colegas disponen el cuerpo presente en sobre la mesa de billar de su bar habitual con un puro en una mano y una copa en la otra mientras recuerdan tanto los buenos como los malos momentos, escuchan sus canciones favoritas y acaban a cuatro patas vomitando en la calle donde le espera el coche fúnebre para llevarlo a su destino definitivo…
Esteban Delgado
PD. Esta columna la escribí el lunes, créanlo o no, antes de marchar al Rallye de Gales y de los tristes acontecimientos vividos en Asturias
*Hiperfocal: Dícese de la distancia más corta a la que puede enfocarse un objetivo de forma que su profundidad de campo se extienda hasta el infinito.