El título viene porque este fin de semana, en el evento celebrado en Barcelona, he oído mil veces que el futuro de los rallyes es el rallycross (o RX, para los más pro)… y no estamos hablando de disciplinas ni medianamente parecidas, amigos.
Cierto, la primera está atrayendo a muchos pilotos de la segunda. Cuenta: Petter Solberg, Guy Wilks, Albert Llovera… o la incorporación más sonada de este año, el mismísimo Sebastien Loeb. Y mucho me temo que mi adorado Jari-Matti Latvala acabará aquí también (se le dará genial, por cierto). Pero, asimismo, es reclamo para gente que viene de otros certámenes -o que ha hecho un poco de todo-, como Mattias Ekstrom, Guerlain Chicherit o el inclasificable malabarista Ken Block, por lo tanto… no hay argumentos a favor o en contra (no, al menos, en este apartado) para señalar el RX como la evolución natural de los rallyes.
Aunque a los organizadores les encantaría que esto fuera así. Para ellos, tener a la gente controlada en las gradas, en un recinto cerrado, con cámaras de televisión bien dispuestas y todas las facilidades para seguir el desarrollo de la prueba, debe ser una especie de paraíso. Con el fin de que el público no se aburra, los coches luchan por cada centímetro, lo que genera varios golpes y una batalla cerradísima cuerpo a cuerpo. Añade saltos, derrapes -en los trazados se mezclan tierra y asfalto- y un sinfín de carreras a lo largo del fin de semana: con cuatro mangas clasificatorias (multiplicadas por un número indeterminado de citas: existen cinco categorías y en cada carrera no puede haber más de cinco coches en pista. Por si la gente se aturulla, supongo), dos semifinales y una final, no hay respiro. El precio de la entrada -no es barato, al menos en Barcelona- se amortiza, desde luego.
El sistema de puntuación es un infierno, pero el desarrollo del evento es sencillo: cuatro vueltas en las calificaciones, seis en las carreras de verdad. Uno de los giros ha de discurrir por una sección extra del trazado, con el fin de añadir un par de segundos al tiempo total del piloto. Cada participante elige cuándo realizar esta «joker lap», absolutamente obligatoria. El ritmo, como habrás adivinado, es frenético. Cuando aquellos a los que motores y ruedas les suelen provocar bostezos empiezan a aburrirse, la prueba termina y empieza una nueva. Son las carreras perfectas… hasta para los que no disfrutan en las carreras.
Pero incluso ellos se divierten. Funciona. Los coches son potentes, rapidísimos, y eso ya garantiza bastante el espectáculo. Si encima «hay chapa» (y lo raro es que no la haya), mejor que mejor. Pan y circo; eso sí, de calidad. Reconozco que uno se lo pasa muy bien en el rallycross. Aunque de ahí a que sea el futuro de los rallyes… me echo a temblar sólo con pensarlo. No mezclemos conceptos, por favor, que al WRC ya se le hace bastante daño con ideas absurdas…