Whaanga Coast
Hay tramos técnicos, bonitos, rápidos y no tan tanto, con piso compacto y otros donde parece que han sembrado piedras para que crezcan montañas. Pero el tramo de Whaanga Coast, 29,82 kilómetros de longitud bordeando el mar de Tasmania al suroeste de la isla norte de Nueva Zelanda es el tramo que más adjetivos y calificativos, buenos, reúne hoy en día del Mundial de Rallies, sea para los pilotos que tienen la suerte de llegar hasta su salida como para sus privilegiados espectadores.
Con salida en Te Mata, apenas media docena de casas en madera y llegada en la ciudad de Reglan, cuya amplia bahía albergaría la Armada Invencible a salvo de vientos y tempestades; el tramo de discurre entre suaves colinas plagadas de pequeñas motas blancas que observadas con atención se mueven a medida que devoran el manto verde que las cubre. Son curvas redondas, contraperaltadas, que invitan a pisar el fondo el acelerador tratando siempre de mantener las ruedas sobre los carriles que dejan al descubierto de piedras una tierra lisa y compacta, tanto que parece asfalto.
Desviando la vista de la línea, a izquierda y derecha en la parte de Waimaori Road, predomina un color verde que bajo un sol casi tropical, cuando las típicas “showers” lo permiten, cegaría incluso el de la Irlanda abrupta de “El hombre tranquilo”. La vista, que permite al espectador contemplar largamente a los vehículos de rally, apenas queda interrumpida en quince kilómetros por algunos árboles altos, majestuosos, solitarios, varios con la huella del tiempo en su corteza.
Después del cruce de Ruapuke Road, ya recorrido medio camino, la carretera desciende para coger carrerilla y subir a los acantilados que resisten impávidos las olas marinas y los vientos que las alzan. De repente, casi como un fantasma, un bosque de árboles tipo acacia, no demasiado altos, inclinados por la fuerza del viento hasta casi besar el suelo, de débiles y numerosas ramas cuyas copas son capaces todas juntas y unidas incluso de casi cortar la luz y silenciar el viento. De pronto llega una curva redonda izquierdas: en un rincón de la mente se enciende una bombillita: aquí se salió Duval en 2004. Poco después un cruce a la derecha en ángulo recto, otra: mira por donde aquí volcó Colin McRae rompiendo su ‘matrimonio’ con su copiloto Nicky Grist en 2002. Algo más adelante acabó fuera de la carretera Dani Solá con su Mitsubishi en 2004 y otro participante acabó de hundirle en la miseria.
Cada curva tiene su secreto, a veces un nombre. Apenas unas cuantas granjas en su recorrido recuerdan la presencia del ser humano, pero en un par de puntos a seis kilómetros del ansiado crono, donde más llega el olor del salitre, se agolpan año tras año medio pelotón de los fotógrafos y cameraman habituales del WRC para inmortalizar el paso de los vehículos de rally.
Es Whaanga Coast, un tramo capaz de curarle a uno las ‘heridas’ de un viaje al otro lado de la tierra tras permanecer veinticuatro horas enlatado en el asiento ‘cutre-class’ de un 747-400, comiendo algo que dicen que es comida, viendo una y otra vez “Piratas del Caribe II” ó “Cars” si te has saltado los estrenos y no sabiendo cuando llegas ni que día es o si es la hora del desayuno o de la cena.
Yo solo le encuentro, a través mi Nikon, un rival ya olvidado: el tramo de Porto-Piana, ‘Les Calanche’, en la costa oeste de la isla de Córcega que también bordea un mar, el Mediterráneo, más tranquilo, pero con unas formaciones rocosas espectaculares, esculpidas a capricho por la naturaleza. En cuanto a gustos no hay nada escrito.